Obituario de Ralf Leonhard: Desde Nicaragua hasta Viena
Durante años fue corresponsal para el diario alemán taz. El periodista y experto en Centroamérica Ralf Leonhard nos ha dejado de forma inesperada.
L a primera vez que me crucé con Ralf Leonhard fue en Managua bajo la sombra de un cocotero. Era principios de los 80. La capital nicaragüense estaba en el punto de mira de la política mundial. Ralf había terminado sus estudios en la Academia Diplomática de Viena. Pero en Nicaragua se cocía la revolución sandinista que empezó justo después de la caída de la dictadura de Anastasio Somoza en 1979 y esto fascinaba más a Ralf que una posición en una embajada austríaca.
Sin pensárselo dos veces, aceptó la oferta del taz de informar desde Centroamérica. En Nicaragua, el régimen revolucionario se defendía contra la contrarrevolución armada financiada por los Estados Unidos, en El Salvador y Guatemala las guerras civiles hacían estragos. Había mucho que escribir y Ralf escribió mucho. Centroamérica era uno de los puntos fuertes del taz. El periódico también recaudaba entonces dinero para poder comprar armas para la guerrilla salvadoreña.
Como redactor responsable de América Latina, en los 80 viajé a menudo hacia Centroamérica. Ralf me tenía siempre una cama lista en su humilde casita en la capital, donde vivía con su mujer nicaragüense Indiana y su hija Alfa. Y yo no era el único que le visitaba. Fueron muchos a los que él dio cobijo: periodistas, miembros de grupos de solidaridad y a tantos “turistas de la revolución“ curiosos.
De vez en cuando se organizaban reuniones extremadamente clandestinas en el patio interior de la casa de Ralf. Hacia el atardercer iban llegando representantes importantes de diferentes grupos de la guerrilla salvadoreña, que se agrupaban bajo el paraguas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), para repartirse entre ellos el dinero que un redactor del taz les llevaba. Ralf, siempre tan correcto, vigilaba que las cosas se hicieran bien hechas. Una vez, por ejemplo, llegué con unos 200.000 dólares en metálico y los metí por si acaso en dos discretas bolsas de plástico debajo de mi cama. Y me fui por la ciudad, pues tenía diferentes citas. Cuando más tarde regresé, Ralf me interrogó preocupado sobre el maldito paradero de todos esos dólares. “Pues, nada, los metí debajo de la cama“. Ralf empalideció.
Cabezas calientes y rico ron
Pero los dólares seguían allí, intactos. La señora de la limpieza, que había venido esa misma mañana a limpiar, parece que no los había descubierto. Me sorprendió que el modesto Ralf, que en aquella época vivía básicamente del escaso sueldo del taz, contratara a una señora de la limpieza. Sólo más tarde me di cuenta de que se espera de un europeo, sea rico o pobre, que dé trabajo a los lugareños.
Con Ralf se podía discutir hasta altas horas de la noche, sobre los grandes temas políticos y sobre los problemas de la gente de su barrio. Le gustaba discutir, era una persona crítica con los comités de solidaridad, pero al mismo tiempo intentaba transmitir solidaridad en sus artículos.
Mientras nos perdíamos en tendidas conversaciones con el Flor de caña, el delicioso ron nicaragüense, un guardia armado con un machete ya se había apostado frente a la puerta principal. Al fin y al cabo, a pesar de vivir cerca de la residencia de Daniel Ortega, entonces un presidente muy respetado, ahora un dictador muy aislado, en el barrio había robos en las viviendas, atracos y delitos menores. Si algún día llegaba tarde a casa de Ralf después de una reunión, el guardia de seguridad solía estar dormido. Para Ralf, esto no era motivo para echarle. Ralf tenía un gran corazón.
Cuando yo era aún redactor de taz, pero también más tarde, cuando pasé a trabajar para otros medios, Ralf siempre me ayudó con contactos, me abrió muchas puertas y, a veces, también tuve la suerte de viajar con él para algunos reportajes. Me presentó al jesuita Ignacio Ellacuría en San Salvador, entonces rector de la Universidad Centroamericana, más tarde torturado y asesinado por un escuadrón de la muerte de derechas. En un coche pequeño y totalmente inadecuado como todo terreno, nos adentramos por carreteras llenas de baches en las montañas de El Salvador, en las zonas remotas controladas por la guerrilla.
Y cuando el coche se averiaba, Ralf manipulaba el motor y se tumbaba bajo el coche como si fuera un mecánico y no un diplomático de formación. Con la toma del poder por parte de la oposición antisandinista en Nicaragua en 1990 y con el acuerdo de paz en El Salvador en 1992, el interés por Centroamérica decayó en Alemania. La revolución y la guerra venden más que las penurias del día a día. Durante años, el taz siguió teniendo su corresponsal en la adormecida Managua, pero ahora Ralf tuvo que ampliar su zona de operaciones. Así que empezó a informar también desde la región andina, especialmente desde Colombia. Al fin y al cabo, Estrella, su segunda mujer, es colombiana.
En 1996, tras casi dos décadas en América Latina, Ralf regresó a Europa, a su Viena natal, con sus dos hijos Alfa y Esteban. Para el taz siguió escribiendo sobre América Latina, adonde viajaba varias veces al año. Pero pasó a escribir cada vez más sobre Austria y Hungría. En Viena continuó también con las acciones solidarias.
Escribió para la revista austríaca Südwind, una publicación que lleva 24 años informando sobre los problemas del Sur Global, elaboró análisis para ONG y fundaciones sobre la situación en Centroamérica, pero también sobre los acontecimientos en Sri Lanka, país al que viajó a menudo tras el tsunami de 2004 hasta el final de la guerra civil en 2009. También escribió un libro sobre el comercio mundial de materias primas y sobre el papel de los especuladores en la lucha por materias primas raras, que se utilizan como „moneda de cambio“.
En Viena no disfruté menos que en Managua de la hospitalidad de Ralf. El retornado me invitaba al Heuriger, me explicaba con paciencia angelical los escollos de la política austríaca y los supuestos abismos del alma austriaca, algo en lo que él, por supuesto, no creía. Hasta hace bien poco, Ralf siempre me llamaba cuando venía a la sede de taz en Berlín para reunirse con el equipo de la sección de Internacional. Igual que en Managua, también en Berlín discutíamos hasta altas horas de la noche. A menudo existía el peligro de perdernos recordando los viejos tiempos, pero Ralf prefería hablar de problemas actuales, de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, el matrimonio presidencial que tiene Nicaragua en sus manos, del populismo de Viktor Orbán y de la guerra en Ucrania.
Como siempre, Ralf hablaba despacio, sospesaba, pensativo y, como es propio de los vieneses, hablaba ligeramente nasal. Pero lo que sobre todo me cautivó fue un rasgo muy poco frecuente entre periodistas. Ralf era la persona menos pretenciosa que he conocido nunca. No era ajeno a la ironía, sobre todo a la autoironía. Y, a veces, su sonrisa pícara destellaba, revelando entonces que en realidad sabía mucho más de lo que decía. Detrás de esa sonrisa se escondía a menudo una crítica tácita a aquellos que contaban más de lo que en realidad sabían.
Con la muerte inesperada de Ralf, el taz pierde un peso pesado.
Thomas Schmid trabajó en el taz desde 1979, como jefe de redacción entre 1995 y 1996.
„Hola, le habla el estudio Viena-Budapest“
La última vez que hablé por teléfono con Ralf Leonhard fue hace sólo una semana, pero ahora parece que fue hace una eternidad. „Guten Tach, Sra. Redactora“, me dijo Ralf como siempre con un ligero tono burlón, una alusión a mi origen, no sólo lingüístico, difícil de disimular, del Norte de Alemania. Con el mismo humor, por cierto, se tomaba el hecho que algunas palabras en sus textos necesitaban en Berlín de la ayuda de un traductor – por ejemplo términos como el “juramiento“ de diputados, de miembros del gobierno, jueces, militares y funcionarios que difiere entre el alemán en Austria y en Alemania. Ralf también sabía reírse de sí mismo, sobre todo cuando yo interrumpía nuestras conversaciones porque daba los temas por terminados dada la lentitud de sus respuestas.
Raras veces se daba que Ralf no estuviera localizable, a no ser que hubiera anunciado su ausencia. Si ocurría, su mujer Estrella cogía las llamadas. „Ralfito no está en este momento“, contestaba siempre riendo. Y añadía que, en cualquier caso, se había llevado el móvil con él, una especie de carta blanca o invitación para pillarle en el supermercado o, en el peor de los casos, en el mercado vienés “Naschmarkt“.
Yo misma conocí a Ralf en 1996; por aquel entonces yo ya llevaba un año trabajando en la redacción de Internacional del taz y era la responsable de Europa del Este. Ralf había decidido volver a Austria tras más de diez años como corresponsal del taz para Centroamérica, aunque en realidad nunca perdió Centroamérica de vista. Su decisión de regresar no sólo nos regaló, al taz, un magnífico colega en un nuevo destino, sino también supuso para mí sumar un corresponsal más a la lista de colegas que estaban bajo mi responsabilidad. Con ello no me refiero a que Austria pasara a pertenecer de repente a la Europa del Este, pero es que con Ralf hubo siempre química mútua. Y así, poco a poco, fue creciendo algo común, que en un principio parecía no ir de la mano. Ralf empezó llamándome a menudo „Towaritscha“ -la palabra rusa para camarada-, y así se quedó.
Gracias a Ralf, el taz consiguió muy pronto una información detallada y fundamentada sobre la república alpina, que al menos en aquella época todavía no tenía mucho eco en la prensa alemana. Cualquier lector interesado en informarse sobre la polémica alrededor de los carteles bilingües en alemán y esloveno en las entradas de los municipios en la provincia de Carintia, encontraba en el taz la mejor fuente. En general, Carintia se convirtió en uno de los campos de batalla más importantes de Ralf gracias al líder de la extrema derecha austriaca Jörg Haider. Nolens volens, Ralf se convirtió en cronista de los escándalos de la República austríaca a partir del 2000. Y esto se aplica tanto a los casos de abusos sexuales en el monasterio de St. Pölten, como a la venta del banco Hypo Alpe Adria o a las tramas corruptas del ex ministro de Finanzas conservador Karl-Heinz Grasser.
También a lo largo de la década de los 2000 y a petición propia, Ralf pasó a ampliar sus coberturas periodísticas hacia Hungría. Su saludo en el teléfono „Aquí habla el estudio Viena“ se transformó en un „Aquí habla el estudio Viena-Budapest“. A partir de entonces, Ralf visitó Hungría con regularidad, no sólo para informar sobre el cada vez más autoritario jefe de gobierno Viktor Orbán, sino también para observar de cerca las violaciones de los derechos humanos en el país, por ejemplo de la minoría romaní húngara. En más de una ocasión se lamentaba de no haber aprendido al menos un poco de húngaro.
En todos estos años en los que trabajamos juntos, siempre encontramos algo de tiempo para ratos personales. Nunca olvidaré el partido de cuartos de final de la Copa del Mundo entre Argentina y Alemania en el verano de 2010; lo vimos en Berlín bajo un calor sofocante y ganó Alemania por 4-0. Las palabras sobran para adivinar qué equipo apoyó Ralf ese día.
El 10 de octubre de 2021, Ralf publicó un largo artículo en el taz sobre el antiguo alto cargo político y canciller austríaco Sebastian Kurz (ÖVP), a quien una considerable acumulación de escándalos le acabó costando el puesto. El artículo, escrito a modo de obra de teatro, se titula, „Un drama en cinco actos“. Faltan palabras que puedan describir la magnitud del dolor y del desconcierto ante la repentina pérdida de Ralf.
Barbara Oertel es co-jefa de la sección de Internacional.
Traducido del alemán por Gemma Terés Arilla
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